El tambor, ese instrumento de percusión cuya sonoridad evoca imágenes de goce y diversión, más allá del efusivo ritmo que emana su cuero, su repique está ligado a rituales espirituales que son producto de la herencia que nos dejó la música africana, fusionada con las tradiciones religiosas de los conquistadores.
Vivos desde la época de la Colonia, en los meses de mayo y junio, en Venezuela los golpes de tambor acompañan las festividades del Corpus Christi, con sus diablos danzantes, y Cruz de Mayo; así como los tributos a San Juan, San Pedro y San Pablo.
A ninguna de estas expresiones se les puede quitar lo’ bailao o lo cantao’, porque son muchos los cultores populares que con el paso del tiempo se han avocado a transmitir tales tradiciones. Sin embargo, aunque en muchas localidades sus pobladores siguen palpitando al son de curbetas, minas, culo e’ puya y demás tambores; gran parte de los venezolanos, desconoce el origen y la importancia de nuestros cultos, fieles representaciones de la identidad afrovenezolana.
Los tambores suenan sabroso, pero mucho más rico es acercarse, meterse en el medio del baile o la procesión, prestarle atención a los cantadores y descubrir de dónde venimos.
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